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De las rosas al cannabis medicinal

De las rosas al cannabis medicinal

Por: Teresa Garcia Activismo

Entre la esperanza, la incertidumbre y el escepticismo. Así es cómo se sienten los 246 trabajadores que componen la plantilla de la empresa Aleia Roses, según explica Miguel Ángel Brezmes, responsable de Política Industrial e Institucional de CC. OO. en Castilla y León.

La empresa está ubicada en el municipio soriano de Garray, de solo 700 habitantes, y hasta ahora era el invernadero de rosas más grande de Europa, con 14 hectáreas y ocho años de trayectoria. Actualmente, Aleia Roses está en proceso de convertirse en un centro de cultivo de cannabis medicinal. “Parece que el proyecto es firme, han invertido más de 10 millones de euros en adaptar las instalaciones para el nuevo cultivo”, añade Brezmes.

El propietario de Aleia Roses, Luis Corella, madrileño, venía de crear una empresa en México para la exportación de tomates a EE. UU. y, cuando volvió a España en 2013, aplicó el mismo modelo para exportar rosas desde Soria a Ámsterdam. Pero la empresa entró en concurso voluntario de acreedores en el Juzgado de Mercantil de Soria en octubre de 2019, a pesar de haber recibido 10 millones de euros de subvención por parte de la Junta de Castilla y León.

En febrero de 2020, la empresa despidió a 47 de los 350 trabajadores que formaban la plantilla. Al resto los envió aun expediente de regulación temporal de empleo (ERTE) que sigue vigente desde entonces. A la compra de la empresa se presentó Javier Botín —uno de los hijos de Emilio Botín, presidente durante 28 años del Banco Santander— que perdió 10 millones aportados como fianza ya que, poco después, retiró su oferta sobre la empresa. Dos meses más tarde, el fondo de inversión norteamericano Full Moon compró la empresa por 6,2 millones de euros. Este fondo de inversión, con sede en Carolina del Norte, está especializado en el sector del cannabis, y esta fue la nueva dirección que asumió la empresa con su llegada.

 

 

“Cuando se empezó a hablar de la posibilidad del cannabis, que parecía que era tabú hablar de ello, fue cuando el grupo norteamericano Full Moon apareció en la terna a la hora de adquirir la unidad productiva”, recuerda Brezmes. Y lo que en principio era tabú, se convirtió muy rápido en algo oficial. “Corría peligro el trabajo de estas personas, tanto es así que la nueva propiedad decidió arrancar todos los cultivos a pesar de que la idea inicial era hacer una transición más larga entre las rosas y el cannabis, más paulatina”, explica Brezmes. La Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) ya ha concedido los permisos necesarios para la adquisición de las semillas, aunque esta nueva licencia aún no ha sido publicada en su página web, cuya última actualización fue el 13 de agosto. “La expectativa es buena, pero la situación es embrionaria”, añade Brezmes.

De las rosas al cannabis medicinal

Hasta el momento, según explica el sindicalista, la empresa no ha retomado la actividad y la gran mayoría de sus trabajadores continúan en ERTE, a la espera de que las instalaciones terminen de adecuarse al nuevo cultivo, para los que la empresa necesita cumplir determinados requerimientos en materia de seguridad. El cannabis que producirá la empresa, para el que inicialmente se destinarán tres hectáreas y media, según informan desde el sindicato, será para fines medicinales y se destinará en su totalidad a la exportación. “Otra cosa es que vuelva después a España en forma de productos ya elaborados”, añade Brezmes en relación a los pocos productos derivados del cannabis que hasta ahora tienen licencia de comercialización en el país.

Sin embargo, lo que parece que por ahora no va a cambiar son las condiciones laborales de los trabajadores de esta empresa. Según señala Brezmes, estas condiciones están marcadas por el mismo convenio que se les venía aplicando cuando el cultivo era de rosas, y no son buenas.

“Actualmente no es empleo de calidad: está la gente ganando el salario mínimo interprofesional. Las condiciones laborales son las mínimas, malas”, señala Brezmes. “El convenio deja mucho que desear porque es un trabajo de extrema dureza ya que son invernaderos, pero a ver si se asienta esta nueva actividad y, si es rentable, los trabajadores querremos también nuestra parte del pastel”, concluye.

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